Era el pharmakos un rito social en la antigua Grecia. Para combatir un mal acontecimiento se buscaba alguien que, libre de toda culpa, sea sacrificada. Y se le agredía y desterraba en una actividad pública, buscando que, con ello, todos los males se alejaran también. Esa base primitiva del Chivo Expiatorio tiene sus modernidades en un petiso que juega como los dioses pero que es tan amado en el mundo como criticado, injustamente, en su tierra. 

Y es que el talento de Leo Messi no cabe en una biblioteca como dice Valdano, pero tampoco basta por sí mismo. Su extraordinaria calidad se forja o empodera en lo colectivo. Y mientras en el Barcelona juega como parte de un engranaje perfecto, formado y pulido desde sus categorías inferiores, en la selección no encuentra socios que le comprendan ni entrenadores que potencien su ingenio amén de mucha prensa que lo mal utiliza para ganar audiencias o lectores aunque la Pulga sume más goles con la albiceleste que Maradona, incluso.

Si a todo eso le sumamos el grado de cultura popular que ostenta el fútbol en Argentina bien podemos recoger otra teoría: en un medio con serios problemas de gobierno (la inflación supera el 48 por ciento en la nación del tango) y donde el balompié se vive como el alimento diario inventarle y renovarle culpas a Messi es ideal para distraer a las masas. Por supuesto que sí.

Hasta la próxima.

(Mis mayores condolencias para la familia de Elmer Avalos. Fuerza, Elmer, en estas horas tan difíciles)

o.rivasplata@pucp.edu.pe

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