El futbolista muere dos veces escuché, cuando adolescente. Diría que la primera entre los 30 y 35, normalmente. Y me confesó alguna vez Juan Caballero Lora que, tras retirarse oficialmente del balompié profesional, no pasó mucho tiempo para que le pidiera a un dirigente de primera división amateur de Trujillo le diera la oportunidad de volver a las canchas pues la depresión, tras dejar una ocupación de más de 20 años, lo rondaba.  

Aquella situación, sin embargo, ni siquiera se compara con otras verdaderamente dramáticas como la ocurrida con Julio Cesar Toresani. El ex deportista argentino de Boca Junior, Colón de Santa Fe, River Plate y demás, se suicidó un par de semanas atrás, abrumado por las deudas y el desempleo.

Fue su segundo intento tras hacerlo con la ingesta de pastillas, noches previas. Incluso, el día fatal, había lanzado frases por redes sociales que presumían su triste decisión, la cual se deriva de algo concreto: la difícil transición de activo laboralmente a retirado por inutilidad que deben asumir los futbolistas. Esos que ya no son útiles para su profesión cuando ni siquiera llegan a los 40 pero todavía lo son, aún muy lucidos y fuertes, para una vida larga y para la que, lamentablemente, no han sido preparados. Por eso vemos a tantos que transitan sin rumbo claro tras colgar las botas y la fama, otros que se ven obligados a prolongar su estancia con actividades vinculadas como entrenador o dirigente, o unos más que estiran su estado físico cual chicle desgastado para cachuelear soles en ligas amateurs o barriales.

Sólo en Argentina son cientos los que se retiran cada temporada. En nuestro país no sé cuantos. Pero sí que no existen mecanismos de prevención definidos para los que deben abandonar tempranamente su empleo y ni seguro social poseen o no han sabido administrar lo que en su momento acumularon pero tienen, todavía y en otros ámbitos, mucho por dar.

Hasta la próxima.

o.rivasplata@pucp.edu.pe

Publicado en el diario La Industria de Trujillo