SUEÑOS DE FUTBOL
Medio día en el reformatorio. La charla ha terminado. De repente, uno de quizá quince, quizá catorce, en eso 12, camisita ajena y carita rayada, no lo sé. Se ubicó a su lado sin presentarse y sin mirarlo a los ojos. Pues los milagros existen y hoy se me apareció la virgen, pensaría, en su sabiduría más inocente, Juan, o quiza Luchito, o de pronto Pedrito, no lo sé. Mientras temblaba como pollo mojado y casi balbuceaba como mi hijo de tres meses al mostrarle un juguete. Su ídolo entendió, ton, dejó los cubiertos sobre la mesa, bajó del cielo y se puso a su altura, consecuente.
- Dígame maestro - , mano extendida.
- Yo también juego fútbol y quiero ser de un equipo cuando salga de aquí. ¿Usted me puede ayudar?
- Por supuesto que te puedo ayudar - , le respondió, en tanto lo abrazaba; y el otro reaccionaba igual y nervioso, palpándolo cual si fuera almohada.
- Ya pues. Yo juego bien y en mi tierra jugaba en un equipo y en mi colegio también.
- No lo dudo. ¿De donde eres?
- De Otuzco. ¿Y me firma mi polo?
- Claro.
Aquí profe, le señaló el omóplato, entonces. Y al tiempo que el exfutbolista rubricaba con tinta eterna, las iris del mocoso iluminaban todo el ambiente. De pronto corriendo sobre terrenos brillantes, puño en alto y cerrado ante una masa enfervorizada y que no dejaba de corearlo. Quizá fundido con el crack celebrando una conquista. O de repente, más terrenal, jugando en la canchita más cercana a su casa.
Pero, y sí, portando su medalla más preciada e inmensa: la libertad.
- Y ten la seguridad que te voy a dar una mano. Te lo prometo.
o.rivasplata@pucp.edu.pe