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CHARLA CON UN HEROE

Publicado: 2021-01-24

“Hablemos de lo que tengo hoy, de lo que he logrado como empresario, ya no de mi pasado deportivo que la gente conoce”, me dice Orlando Romero, miles de kilómetros de distancia y fuera de micrófonos. Amagando, pienso, mientras reviso los controles de la laptop. Esquivando como cuando era el peso ligero más importante del continente y no había puño que le conecte o nos hacía bailar a todos a miles de kilómetros también. Romerito tira el jab, Romerito lanza el recto de izquierda, Romerito se faja con valentía, esquiva, ¡ya lo tiene! uno, dos, uno, dos. Y todos, o casi todos, queríamos ser como el súperman sin capa. Inicios de los ochenta. Que nos emocionó tanto que, incluso hasta la pelota, descosida pero siempre dispuesta, corrió riesgo, pues en el barrio se organizaban guantazos y ya no pichangas. Lástima que duró poco.  

“Fueron unos combates más tras la pelea con Mancini y me retiré. Tenía 26 pero había perdido la motivación. Y no me arrepiento. Hoy, estoy bien de salud, lúcido, y he podido salir adelante a pesar de todo”, esgrime veinte minutos luego, consciente que, aunque lo haya declarado miles de veces, hay pasajes que nunca podrá omitir cada vez que un reportero lo aborde. Y como no si nos dolió tanto. Si millones caímos con él en ese maldito noveno asalto del 15 de setiembre de 1983 en el Madison Square Garden. Si rozamos el olimpo y lloré como pocas veces. “Tiré la izquierda baja, grave error, pero, además, no levanté la guardia con el brazo derecho. Entonces su mano me pegó de lleno. Hoy, sigo viéndola pues muchos me la piden cuando vienen a comer. Pero solo hasta el octavo round, no más”

Luego, la hizo de representante de ventas en cerveceras y abarroteras, de efectivo de serenazgo en Lima. Hasta que, con 40 a cuestas y ansias económicas, cruzó el charco para seguir peleando: aprovechó una beca para entrenar boxeadores, cargó todos sus trofeos y recuerdos, y se quedó en Madrid.

Allí conoció a Carmen, su mayor triunfo. Instalaron un restaurante, después un par de locales de baile. “Al comienzo ella puso la plata y yo mi fama con la colonia peruana. Gracias a Dios nos ha ido bien”. Y es que el box es una metáfora de la vida también. Te caes, pero aprendes a levantarte. “Y sí, de alguna forma me hice en la calle, desde chiquito que vendía pasteles por Chicago, o cuando caminaba tres kilómetros desde mi casa, en el Pueblo Joven El Bosque, hasta mi escuela, o cuando debía trompearme en los partidos de fútbol, eh”.

No lo dudo, Romerito. Y gracias, miles, por hacernos la infancia más emotiva. Aunque, lástima, nos duró tan poco.

o.rivasplata@pucp.edu.pe


Escrito por

orivasplata

Trujillano. Comunicador social y escritor. Viajero, soñador de libertades, becario de la Fundación Nuevo Periodismo de García Márquez.


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Letras en desorden

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