REY ETERNO

“La más consumada y luminosa figura de la perfección que haya pisado un campo de fútbol”

De todos los miles de conceptos que se han vertido tras el deceso de Edson Arantes do Nascimento, aquel del escritor carioca José Wisnik es el que, probablemente, más justicia le hace al rey de Villa Belmiro.

Pelé en hebreo significa milagro.

Del inigualable, maravilloso, fantástico, adelantado a su época el negro, como repetía mi padre quien, también, aseguraba, se trepó en un camión de carga para viajar 12 horas desde Pacasmayo a Lima y ver jugar al brasileño en el estadio Nacional, a inicios de los setenta.

Y Pelé devino de “Bilé”, un ex arquero que compartió equipos con el papá del crack.

Del que, y esta sería la más clara explicación para los de esta época y venideros, tenía el doble salto de Cristiano, la elegancia de Zidane, el cabezazo de Zamorano, la vista periférica de Messi, la velocidad de Mbape, la habilidad de Ronaldinho, la imprevisibilidad de Ronaldo, la potencia de Batistuta y muchos atributos más. Todo concentrado en un portento físico que solo sufrió dos lesiones serias en su carrera (en los mundiales de 1962 y 1966) a pesar de la lluvia de patadas que recibía, y varias que devolvía pues nunca se acobardaba, cada partido.

Le pusieron Edson por el gran inventor estadounidense (en el registro se comieron una letra, la i) , y que significa hijo de guerrero.

La FIFA ha pedido que cada país lleve un coliseo con su nombre. Absolutamente comprensible para rendir honores a quien contribuyó decididamente a consolidar el balompié como el deporte más popular del mundo. Ellos, los dirigentes, hicieron las reglas; el genio le dotó de vida, de alegría, de su espíritu.

Las personas que amamos solo mueren cuando nosotros morimos, sentenció Elizabeth Bibesco, una escritora londinense de mitad del siglo pasado.

Pelé seguirá existiendo. En cada juego, en cada amague, en cada emoción.

o.rivasplata@pucp.edu.pe